El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
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Gaston Rébuffat

viernes, 27 de julio de 2012

Un poco de Montaña Palentina - Curavacas





Uno tiene ciertos recuerdos de la infancia que no se borran. No sé el proceso por el que unos se eliminan -los que más- y otros perduran -los menos-. No recuerdo casi nada que empiece por un: “¿te acuerdas hijo aquel día en el 92 en que…?”. A veces pienso que he nacido con 15 años. Si no fuera por ciertos recuerdos aislados, como algunos de Sepúlveda, algunos de San Sebastián, algunos del colegio y poco más. Uno de los recuerdos que tengo es del verano en nos fuimos de vacaciones a la montaña Palentina, cerca del Espigüete. Desde entonces, no había vuelto allí. Bien por estar escondido desde Madrid, bien porque uno intenta mirar más hacia arriba, cometiendo el error de olvidar montañas tan bonitas como la anterior o el Curavacas (2520m). Así pues, ya tocaba, con lo que enfilamos la carretera rumbo a Camporredondo de Alba, al pie del Espigüete. El plan era sencillo: Curavacas el sábado y Espigüete el domingo. Claro, con mi forma física. Nos envalentonamos, como siempre, y dijimos: “¿a qué no hay huevos y los hacemos seguidos?” Bien, ya seguiremos con esto.

Llegamos no sin apuros, ya que allí los coches deben ser un bien escaso. Entre las vacas tras cada curva de la carretera del pantano –no podían ponerse en una recta para verlas bien, no- y las viejas andarinas que van por todo el medio de la carretera –también en curvas- y los perros que deciden aprovechar una sombrica en la carretera…no sabíamos si llegaríamos sin atropellar a nadie. Una vez allí, sin incidentes nos fuimos a hacer la tarea habitual de una tarde pre o post montaña: beber cerveza. Hay que integrarse con la gente del pueblo. Allí, al lado de un oso-perro muy mimoso, nos tomamos unas cervecitas. ¿Cuántas? Bueno, las justas. Ni más ni menos de las que nos entraban. Luego cenita y pa la cama, como niños buenos.



Nos levantamos pronto, a las 6.30, pero remoloneamos un poco. Yo no amanecí sobrado de energía, y algo me decía que eso no tenía buena pinta. Desayunamos en un hotelito a medio camino de Vidrieros y en seguida nos vimos ya aparcados, con la mochila a cuestas enfilando la salida del pueblo. Qué pereza empezar a andar, pero el paisaje compensa. Adelantamos a los primeros domingueros que estaban a puntito de salir, y seguimos el camino sin posibilidad de pérdida. La primera parte me dejó medio muerto, y eso que era caminito normal, pero supuse que era lo típico de los comienzos. Hasta que entro en calor, tardo. Las primeras rampas son duras. Y las segundas y las terceras. Y lo peor es el terreno, que no es nada cómodo: piedras sueltas que agarran bastante poco y te hace la subida un coñazo del 15. Además, se confirmó que me encontraba en un estado deplorable y sufrí  más que en un 8mil. Joder qué sudada. Si me ponen un cubo debajo, lo lleno 7 veces. Cada 4 pasos me paraba y me preguntaba por qué demonios estaba ahí, si estaba fatal. De hecho, pensé que no llegaría a la cima. Una sensación rara. Miguel, intentaba animarme, con escaso resultado. Sólo funcionó el: “si quieres nos damos la vuelta tío”. Y mi respuesta fue: “y un huevo. Si yo paro, tú no subes. Así que yo subo”.



Amos hombre, me voy a dar la vuelta…ni de broma. Por fin, tras resoplidos varios, un poco de energía en forma de barrita y de juramentos en hebreo por las puñeteras piedras, llegamos a la roca tras la que se esconde el último tramo de subida: el bueno. Digo el bueno porque ahí sí era entretenido, ya que había que trepar continuamente, y con buenos agarres siempre. Cómodo y divertido. Se me pasó la mala leche que tenía. Llegamos al paso que da acceso a la cara Norte, y rápidamente en la cima (casi me da un tirón en los cuádriceps justo arriba, qué penica). Foto, aire y, sobre todo FUET. Sí amigos, la última vez lo olvidamos, pero ésta no. 




Desde arriba, los Picos de Europa aparecían como grandes montañas al Norte, el Espigüete metía miedo al oeste y al sur, el valle por el que habíamos venido y el pantano de Cardaño. En ese momento ya estaba seguro de que el domingo sería imposible que yo hiciera nada. Con un estado de forma lamentable y el dolor que tenía en las piernas, no merece la pena intentar nada. Es sufrir sin necesidad. Bajamos, no sin apuros y caídas, pero nada reseñable. Bueno sí, nos cruzamos con una chica bastante interesante… ¡Y no nos caímos! Vamos mejorando. No obstante, Miguel sintiendo el peligro, se alejaba de mí por si rodaba y le arrollaba. Más vale prevenir que llamar a la grúa para que nos levante. El resto fácil: pal pueblo, ducha, recogimos, y a Valladolid a cervecear y copetear. Es una bonita manera de terminar un viaje a una zona olvidad que bien merece otra visita. Quizá invernal, si nos atrevemos. Siguiente plan: curso de aristas o Veleta y Mulhacén, en Octubre. Espero estar menos tocino para entonces.

martes, 24 de julio de 2012

La conquista del Moro Almanzor (10 Junio)




El Almanzor no es el pico más alto de la Tierra, ni siquiera de España. No es un pico que tenga nada especial, salvo que es especial. Especial porque me echó una vez a mí, y dos a Miguel. Especial porque hay que tener algo de la valentía que antes no teníamos. Especial porque está en el sitio adecuado, porque mejora si te quedas en el refugio y porque es, en general, un pico bonito que permite que superes los miedos que tienes. La gente se lo sube sin problemas, da igual trepar que no trepar. Pero cuando pesas 100 Kg y la agilidad es algo que te resulta ajeno (igual que la flexibilidad…curiosos conceptos), las trepadas finales hacen que te pienses si merece la pena hacer el esfuerzo mental de sujetarse en único punto de apoyo decente mientras elevas tu imponente masa pancetera sobre los riscos graníticos. Más que por elevarlos, por lo que pueda pasar si te la pegas. Ya no es tanto que te abras la cabeza, que no es fácil tratándose de nosotros, como que te cargues media montaña a tocinazo limpio rodando piedras abajo. Seguro que hay alguna normativa que encime nos hace pagar la montaña. Y suficiente tendrían mis padres con hacerme una fogata como para encima pagar una montaña.
Así pues, emprendimos nuestro camino un viernes nada más salir de la oficina. Viaje y al refu. Hacía muuucho que no montañeaba en condiciones, así que la llegada al refu fue un coñazo. Me dolía la espalda y me tenía que parar cada poco para que no se me cargaran las lumbres. No obstante, el tiempo era excelente, las vistas preciosas y al final, pues llegamos en el tiempo normal para la ruta: algo menos de 2 horas. Había cabras por todos los lados, y no se asustaban demasiado. Eso era que sabían que teníamos cena incluida y no corrían peligro. Si fueran cerdos, o vacas…ni haber pagado ya la cena les habría servido. Chuletón, fogata, y siesta. Plan estupendo. Pero eran cabras, y de haber ido a por ellas, habrían dado saltos como cobardes. No estamos para eso aún.
En el refu, como siempre, buen ambiente. Algún crío tipo Mowgli, algún dominguero, algún tipo con pinta de experto. Y nosotros cervecita en mano. Las victorias, aunque sean pequeñas, se celebran con cerveza. No hay otra. Cena, vistazo a las estrellas que no nos veían, de tan insignificantes que somos, y al saco. Ronquidos varios, ahogos por mi parte y sufrimiento de Miguel en general después. Así pasamos la noche. El despertar es raro para ser el Elola: no mueres congelado al salir del saco, no se te corta la digestión, no quieres morirte con tal de no salir de ahí…Es decir, un buen despertar, aunque suene raro. Nos adecentamos, desayunamos y pa’rriba bien tempranito. Serían en torno a las 8 AM, pero no recuerdo. Sólo unos chicos salieron antes que nosotros, chicos que luego encontraríamos en la cima con más miedo que si estuviera en una cornisa con un Miura hambriento.
La ruta transcurrió bien, de hecho estuvo estupenda. No sabíamos si había nieve en la portilla del Crampón, así que decidimos esperar para elegir portilla. Estaba todo despejado, y tras un camino muy entretenido, empezamos la portilla. En invierno esto tiene que dar un miedito del 15. A pesar de nuestra no agilidad, llegamos sin problemas al fin de la portilla, y sólo nos quedaba ya la última parte: nuestras temidas trepadas. Hubo un momento de duda y zozobro, pero Miguel se convenció de que era sencillo cuando unos andaluces muy majetes no adelantaron saltando cual cabritillos joviales. Tanto, que subió sin darse cuenta de que le había engañado un poco con el paso aéreo final, que le dije que no había. Un gran triunfo de la sugestión, vencido. En la cima no nos pusimos de pie por respeto a la gravedad newtoniana. Un tipo que además de genio fue diputado en la cámara inglesa se merece un respeto, cuanto menos. A pesar de que la única vez que abrió la boca en el parlamento fue para decir que tenía frío y que cerraran una venta (no me lo invento). No obstante, hay foto para que nuestro maestro-castor Macaco no dudara de nuestra cobarde palabra.
Ahí fue cuando, para nuestro asombro, asomaron los chicos que habían salido pronto, pero por una vertiente que no es la normal. Acojonados (no hay otra palabra) dicen que no podían bajar por ahí, que tenían miedo de matarse y que habían subido por ese lado con zapatillas de deporte, sin cuerdas, ni material alguno, sin agua, sin conocer la ruta ni preguntar en el refu. Vamos, podíamos habernos encontrados sus sesos desparramados al bajar muy tranquilamente, pero esa gente, como todos los ineptos, tuvo suerte. No les pasó nada y bajaron con notros indicándoles el camino. Majetes, pero imbéciles por jugarse el tipo de manera tan estúpida.
La bajada fue bien, Miguel iba como un tiro (y no, él no tiene más masa, así que yo debería haber bajado más deprisa) y llegamos abajo rápidamente. Pagamos el refu, recogimos nuestras cosas, cocacolita para recuperar y hale, pal coche y al pueblo.
Allí, comimos tan felices con nuestras jarras de 1L de fría cerveza, nuestras raciones y sabiendo que la siesta nos esperaba a 3 metros de ahí.
El Almanzor nos dejó subir esta vez, no permitió que nos echáramos atrás, y fue compasivo con los 3 imbéciles que quisieron matarse. Otras veces, el moro no es tan indulgente. Con esto, el viaje fue un éxito. Si me hubiera tomado algo para no tener agujetas, habría sido todo mejor.


 El relato de Miguel, que esta vez se anima a decir algo:


El Almanzor, cuyo nombre en realidad es Plaza del Moro Almanzor, es una montaña emblemática. Quizá por ser la más alta de la zona central de la península, quizá porque al ser Gredos la zona de alta montaña más cercana a Madrid tiene un ambiente especial, muy montañero, en el que se reúne gente ligada a estos deportes con mucho nivel, gente que sin ser tan profesional lleva treinta años subiendo montañas, gente que nos estamos iniciando en esto… y algún dominguero, cómo no, estamos cerca de Madrid.
La realidad es que es un sitio especial, el refugio Elola es el epicentro de los deportes de montaña en la zona centro, todo el mundo lo conoce y quien no ha estado en Gredos haciendo algún pico, siquiera sea en verano, se siente un peldaño por debajo del que sí ha estado.
Nosotros ya habíamos subido ese peldaño, por rutas en Gredos y fuera de él, pero nos habíamos dejado algo en el escalón anterior, y ese fin de semana lo recogimos. Hacer cima en el Almanzor marca la superación de una pequeña etapa en la progresión en este deporte, como la primera vez que un niño mete un gol jugando al fútbol.
El Almanzor marca esa diferencia por derecho propio, pero también porque supone un primer contacto con un tipo de montaña distinta a la que estamos acostumbrados, donde la cima se alcanza con el mero esfuerzo de caminar, mayor o menor según las ocasiones. Es la primera montaña en la que necesitamos hacer trepadas con cierto peligro, no por su dificultad objetiva, sino por tener el vacío muy cerca, y esa vista de la caída a pocos centímetros de ti agarrota bastante. Lo que trepamos en el Almanzor lo puede subir cualquiera si hay un suelo de hierba debajo, pero allí lo que tienes es una pendiente muy vertical formada por grandes bloques de piedra, así que la caída es ciertamente peligrosa.
Así pues, ese fin de semana ganamos bastante, ganamos felicidad, diversión, currículum montañero, satisfacción y recuperamos ilusión por la montaña, que la teníamos un poco abandonada y un poco de honor montañero, que quizá nunca perdimos. El caso es que, quedando mucho que subir en zonas cercanas, hecho esto uno se siente un poco más legitimado para ir a buscar cimas más grandes un poco más lejos, Pirineos, Sierra Nevada, Picos de Europa… no parecen ahora exigir un nivel tanto más alto que el nuestro como lo parecían antes, y eso hace que te entren ganas de ir, de subir, de aguantar un poco el miedo y superarte, porque sabes que la sensación posterior te recompensa con creces.
Si todo eso lo sumas a cosas más importantes, como pasar tiempo con buenos amigos, con quienes no siempre es fácil coincidir y que ello haga que surjan más ocasiones, no se me ocurre qué más pedirle al fin de semana. Bueno, sí, cervecitas y torreznos al llegar abajo, pero de eso también hubo ¿alguien lo dudaba?
En definitiva, un pequeño paso para la humanidad, pero un paso importante para nosotros y nuestra afición.


Y bueno, ya era hora de volver a la montaña. Desde Cabezas de Hierro al final del invierno, no habíamos pisado nuestra querida montaña...