El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
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Gaston Rébuffat

martes, 26 de agosto de 2014

Melonely Planet

...todo toca a su fin. Lo que aquí hubo se juntará con lo que hubo en otro sitio y lo que un día habrá. Y todo aquí:



Ciau

miércoles, 13 de agosto de 2014

El aeropuerto de Kathmandú




Lo primero que uno hace allí es intentar sacarse la foto para el visado. No hay problema porque te cobran en dólares o euros, pero hay que ver al artista. La cabina en la que te sientas huele a cerrado, eso es obvio. Un poquito de aire no le vendría mal. Te sientas y el tipo apunta con la cámara y, mientras tú miras el origen del olor a cerrado, él te saca la foto y la imprime a traición sin avisarte. Resultado final: sales mirando a un lateral con cara de mendrugo y con eso te vas a la cola del visado. Empezamos bien. Luego que mis amigos dicen que tengo pose...hay que joderse. 
Las colas para el visado están ordenadas por la duración del mismo: hasta 10 días, hasta 30 días y hasta 90 días. Como podéis imaginar, los dos aviones que aterrizaron llevaban dos millones de personas con intención de estar más de 10 días y menos de 90. Vamos, en nuestra cola. Ahí, dos funcionarios se afanaban en dar los visados mientras los de las colas adyacentes se aplicaban con el candy crush, el tetris o cualquier cosa que pudieran hacer con tal de no trabajar. Total, para qué van a echar un cable a los de la lado y que así podamos salir del aeropuerto antes de dos horas... Dos horas después conseguimos atravesar el puesto con nuestro orgulloso sello en el pasaporte. Ahora quedaba la otra preocupación: dos horas nuestras mochilas por ahí tiradas sin atención ni cariño. Pero no, sorprendentemente ahí estaban. No sólo eso, es que además antes de salir nos miraron las etiquetas para comprobar que eran las nuestras. Quién lo iba a decir. 
Esto en cuanto al aeropuerto internacional. Y aún quedaba la terminal local para el vuelo a Lukla. Pasamos unas cuantas horitas allí y vaya tela. Era la sala de espera del rodaje de una peli snaff. Y lo malo es que las fotos que hicimos muestran un lugar hasta limpio. Ver para creer. El sitio era una cochambre, como toda la ciudad. Salvo el medio cuadrado sagrado con un buda Lo limpiaban cada 15 minutos, cuerdas de separación incluidas. Ahora, al baño ni se acercaban. Madre mía qué olor…¡pa morilse! Como si no fuera suficiente esperar hasta 6 horas a que nos metieran en una avioneta infernal.
Lo único bueno de ese aeropuerto eran las dos chicas de la tienda de Yeti Airlines. Las dos únicas nepalíes guapas. Y vaya si lo eran. Y altas, toda una novedad. Porque aparte de oler a cerrado, son bajitos.
Eso sí, esta gente se toma en serio los vuelos. El primer intento, fallido por el tiempo, de volar a Lukla nos llevaba en una avioneta para unas 15 personas, pero aún así, teníamos tripulación. Y me refiero a azafata. Lástima no haber despegado ese día, porque el siguiente era una avioneta para 10 y teníamos las mochilas entre los asientos. Qué cacharro. Lo mejor fue esperar al pie de la avioneta mientas un tipo con cara de ingeniero aeroespacial –es decir, de vendedor de flautas en las calles de Thamel- coge unos alicates y se pone a cortar un trozo de metal que cuelga de la aleta trasera. La cara de Miguel –controlador aéreo- y la de nuestro luego amigo neocelandés –también controlador aéreo- eran un poema. Hasta le preguntaron qué hacía. El tipo se reía. Y yo, yo prefería alquilar un yal que subirme ahí. Pero no hablamos del vuelo, sino del aeropuerto. Y es un mundo en sí mismo. Por supuesto, hay unas tres mil quinientas personas esperando cogerte la maleta, llevarte el carrito, llevarte en taxi, llevarte al taxi, peinarte, pintarte las uñas y cualquier cosa que se les ocurra para sacarse unas rupias. Rupias Nepalíes, ojo. La única manera de librarte de toda esa gente es ir con un local que les ahuyente. Nosotros llevábamos a nuestro amigo Dawa. Al irnos, aparte de darnos el pañuelo típico, nos buscó al gorrilla oficial que no nos timaba, nos dejó en la parte del aeropuerto adecuada para evitar colas y problemas y casi nos metió en el avión y nos arropó. Un tipo genial que sabe que su aeropuerto es un inferno.

jueves, 10 de abril de 2014

El baño, ese espanto nocturno



Algo se mueve en el saco de al lado. Sabes que es el otro porque hace tiempo que deseas que se mueva. Tú, llevas varias horas quieto mirando un punto fijo. Son las 2 AM y el vaho se ve en la oscuridad. Cada respiración se clava un poco en tu interior. La ventana hace tiempo que se congeló. Es la hora, está dentro del intervalo habitual. Aproximadamente a esta hora, cada día, uno de los dos gusanos necesita salir de su crisálida para ir al baño. Los gusanos tenemos necesidades. Además, conectadas. Basta el despertar agónico de uno de los dos para que el otro suspire aliviado: en cuanto vea que no muere de camino, me animo yo.
Un saco es un envoltorio, no tiene mucho espacio. Si lo llenas de ropa para que a la mañana siguiente no esté congelada, aún queda menos hueco para convertirse en mariposa. Prepararse para ir al baño es mucho más cansado que ir, y mucho más traumático. La ropa está caliente, pero…¿cómo te la pones? Ese momento en el que abres la cremallera y sacas la primera pierna es como dejar que Iceman te pegue un lametazo en la nuca. Te vistes a toda leche y tiritas. Te pones el abrigo y dices: “conseguido” ¡JA! Aún queda atravesar la cámara frigorífica conocida como pasillo, abrir la siniestra puerta iluminada por la tenue luz de tu frontal y contemplar el desolador panorama. Hace tiempo tuve un cartel en la puerta de mi habitación que rezaba: “vous entrez ici aux risque et péril”. Probablemente esté mal escrito, pero dice, básicamente: “tú mismo, machote”. Tienes varias opciones posibles tras la puerta oscura y silenciosa. Puedes encontrar una taza de váter o un agujero en el suelo. Parece evidente que uno prefiere la primera opción, pero amigo, no te adelantes. Y, si el desagüe no funciona y tienes la taza casi llena de un líquido que mezcla todos los marrones posibles sin ninguna posibilidad de que eso trague, ¿no preferirías el agujero? Será incómodo, pero al menos no te salpican las gotitas en las piernas. Eso puede contener macrobios, directamente. La cisterna es, así mismo, inútil. En su lugar se pone un barril de plástico azul lleno de agua (casi siempre congelada) y una jarrita oxidada para verterla sobre el asqueroso baño. Pero da por seguro que si te cortas con el borde de la jarra, mueres irremediablemente en el acto. Creo que tu amigo, cómodamente en la crisálida esperando tu regreso, moriría un segundo después que tú. He ahí la rapidez de la enfermedad mortífera.
Aún así, tu espíritu de Miguel-de-la-Cuadra te dice que hay que ser higiénico e intentar rebajar el tono marrón del agüilla que queda ahí. Al menos, el siguiente valiente - tu amigo – puede que tenga una arcada menos. En estos momentos me acuerdo de Kharkateng: esa cabaña de yaks a 4000m camino del Zwatra La en la que casi muero con mi gastroenteritis. Allí el baño era al aire libre, sin agujero, sin líquido marrón, sin cadena y sin papel. Sí, el monte es testigo de atrocidades. Cuando alguien dice al volver de un viaje que le marca “una parte de mí se ha quedado allí”, no sabe realmente lo que dice. Yo sí que he dejado una parte de mí en mi viaje. O dos. 

miércoles, 9 de abril de 2014

Polvo eres



Mi madre dice cuando viene a mi casa que está todo lleno de polvo. Yo, creyendo firmemente en la capacidad de limpieza de la asistenta que nos ayuda, le echo la culpa al tráfico, la contaminación y a vivir junto a la M30. A mí, que la tele tenga algo de polvo o el ordenador tenga una ligera costra, no me quita el sueño. Ya me lo quitan las mujeres, o su ausencia; el dinero, o su ausencia; la moto, y su ojalá no ausencia… En definitiva, me lo quita lo que me falta, no lo que me sobra. Al menos, hasta que llegué a Kathmandú. Allí sí me sobra un poquito de polvo. Es como si fuera la fábrica mundial del polvo que se te queda en la tele de casa. Si alguien me pregunta alguna vez de qué viven en esa ciudad, estaré plenamente convencido de que comercian con polvo de diversa índole. No he podido ver las fábricas, pero seguro que algún tour operador lo incluye en su fantástica oferta de viajes. Ya desde el cielo se ve: todo marrón. Marrón es el suelo, marrones las paredes, marrones los tejados, marrón es la gente, marrones los coches… El color original quién puede saberlo. Compras té, tiene polvo. Compras ropa, tiene polvo. Te lo meten todo en una bolsa, tiene más polvo aún. Que quieres carne…¡ni se te ocurra comprarla en la calle! A temperatura ambiente y todo lleno de polvo, tiene que ir el filete él solito al plato. Billete al hospital más cercano: 45 minutos de tráfico entre el polvo y la mugre. Seguro que al llegar te pasan un plumero.
No he viajado por Asia como para sacar conclusiones, pero a tenor de lo visto, leído y atendido en la tele, mi conclusión es que las sociedades hinduistas son todas de este estilo. India, Nepal, Bangladesh, Pakistán… Viven en la mugre. Les gusta. Hasta las zonas turísticas y sagradas están mugrientas. Me parece un impresionante contraste el colorido sari de las mujeres y el pardo color que todo lo envuelve. De todas las etnias que habitan en Nepal, creo que los hindús son los más polvorientos. Los sherpas no son así. Están mugrientos en las montañas porque no hace una temperatura como para quedarse en bolas en la ducha. Totalmente comprensible. Pero no son sucios. Son pulcros y ordenados.
Armónico desorden: el tráfico, las normas de higiene, los vendedores de flautas, los vendedores de ajedreces, los vendedores de hachís…Todos tienen su rincón. Nadie discute y nadie se pelea por un rincón. El motivo es simple: su rincón es el que ocupes tú. Se pegan como una mosca a la mierda, y eso no deja a los turistas en buen lugar. Al menos no dan gritos entre ellos. Aquí sería horrible.
No obstante, la ciudad tiene sus virtudes. Al menos el barrio de Thamel, el turístico. Buenos restaurantes de todo tipo, ambientillo, sitios para cervecear, tiendas, gente relativamente limpia… Es un barrio que duerme poco. Aunque quieras. Siempre hay gente y ruido en la calle. Sea la hora que sea. Digamos que no es un sitio para la reflexión y el sosiego.
Tras el polvo, merece la pena incidir en el tráfico desenfrenado pero lento; caótico pero sin accidentes; agresivo pero sin problemas. Es realmente curioso cómo no mueren al menos cien mil personas diarias en esas motillos. Si no es un coche lo que está en medio, es una moto. O una persona, o una vaca. Sí, las vacas son sagradas también. Herencia hindú. Uno de los días había una en todo el medio de una calle con 3 carriles por sentido. Ni se inmutó, tumbada como estaba viendo la vida cómodamente. Había algún mono contemplando la escena, probablemente.
Miles de motos de baja cilindrada, coches que podrían volcar de una patada, bicis (¡que vaya valientes!) y personas que para qué van a mirar al cruzar. Son los maestros de la evasión. Todo el mundo usa el claxon descafeinado ese que llevan. Al principio creíamos que era para amonestar a alguien, como se hace en los sitios civilizados. Pero no, esta gente lo hace para avisar de sus propias maniobras: pasarte por cualquier lado, aprovechar un hueco ínfimo, subirse a la acera si hace falta o sortear una vaca o un agujero capaz de tragarse el metro de Madrid entero. Nadie grita al otro, ni increpa, ni insulta. Pero todos pitan y se adelantan a 35 km por hora. Es como una carrera ralentizada. Y mejor que no corran mucho, no tengo las más mínima fe en los frenos.
Si uno sale de Thamel, tiene poco que ver. La plaza Durbar es un desastre auténtico, y encima te cobran por entrar. Se supone que es un remanso de paz en medio del caos, pero sigue lleno de indios que te venden flautas, que te hacen de guías turísticos, que te dan el coñazo porque estás ahí…Uno llegó a ofrecerme la flauta por Rs.10, que es menos de 10 céntimos de euro. ¿Qué mierda puede valer eso? Estoy por gastar Rs.10.000 y venderlas en Europa a 10 euros. Me forro. Los monasterios de la plaza son de ladrillo rojo, pues fueron reconstruidos tras un incendio, y están llenos de palomas y mugre. El museo sobre la vida del maravilloso rey hindú es un coñazo. No puedes sacar de ahí ni una peli de bollywood. Fotos raras, una cama, algún utensilio de uso cotidiano. En fin, que inhalar litros de mugre por metro cúbico de aire no merece la visita a dicha plaza. Mejor volver al reducto de paz occidental que es Thamel. Allí puede uno encontrar miles de productos de Norz Feis, Mamú, Mountain Jard Wear y demás. Es el paraíso del material de montaña falso. No por falso tiene que ser malo. Hay cosas de muy buena calidad. Mientras rechazas por enésima vez al imbécil vendedor de droga con ganas de darle una patada en el ojo derecho, puedes ver toda clase de plumas, gore tex, sacos, bolsas y demás material. Como dijo Dawa, para trekking de hasta 6000m te sobra. Para subir el Everest, quizá se te queda corta la ropa. Teniendo en cuenta que superar los 6000 no se hace a diario (salvo allí), es una buena opción para regalo. Como las pashminas. Pero eso sí, debes dar con una vendedora honrada. Todas marcan 100% pashmina (o cashmere, que es el término inglés) pero no todas lo son. Tienen imitaciones chinas que cuestan en torno a Rs.700, en lugar de las Rs.5000 que cuestan las buenas. De entre las buenas, las hay aún mejores. Depende de la zona de la cabra de la que sale el pelo usado. Lo más caro es el penacho bajo la cabeza y de ahí, la parte interior. El tacto es realmente agradable. Pero al final te dejas un pastizal en regalitos. Menos mal que la familia es agradecida.

Como conclusión, Anatoli Bukreev decía que uno de los mayores retos del alpinista es salir de Kathmandú sin problemas de salud. Lo suscribo. Tres días más y necesito un trasplante de pulmón.

martes, 8 de abril de 2014

Ang Dawa Sherpa, breve historia



When I was born, my mum took me in her arms and said: “My Little cute baby, my little Ang”.
Then, the Lama came into my house and said: “You were born in Monday, so your name is now Dawa”.
Then I have no surname, Sherpa is my group, is where I come from.

Así empieza la historia de Ang Dawa Sherpa, mi historia: con significado. Todo empieza en la vida sherpa del mismo modo: siendo ya algo, siendo ya alguien. Cuando no tienes mucho más a tu alrededor, tener un significado es bastante.
Corres por las montañas que están ahí desde mucho antes que tú. Cuando mueras, quizá en ellas, seguirán estando en el mismo sitio viendo a otro como tú correr descalzo esquivando las piedras. Esas piedras del Khumbu, el Rolwaling y algún valle alto más. Las llanuras no son para nosotros.
Tu madre, preocupada por el frío, te envuelve en mil capas de ropa mugrienta. Cualquiera saca el cubo de agua y te quita el gorro para darte un remojón. El Khumbu es un valle duro incluso en verano. El cielo no te da tregua. Si  hace bueno, llueve a mares. Monzón lo llaman. Agua a todas horas lo llamas tú. Si no llueve, hace mucho frío. Sólo unos pocos meses al año el tiempo dejar descubrir el fabuloso valle. ¿Y si un día soy yo el que lleva a estos europeos, australianos y americanos a las altas y blancas cimas?
Los franceses empiezan a enseñar alpinismo a las gentes de estos valles. Son los primeros que piensan que no somos únicamente mulas de carga. Somos más útiles cargando 50 kilos en nuestra espalda mientras fijamos cuerdas y no morimos de miedo en las verticales caras inhóspitas de mis montañas. Pronto seré un guía en mi casa. Quién mejor para enseñar un lugar que quién nace y vive en él. Quién mejor que quién ha visto morir amigos y parientes. La montaña se los quedará para siempre.
Aprendo ingles y un poco de alemán. Hay que saber atender correctamente. Sé que no soy un guía turístico, pero mi cultura merece la pena ser conocida. Hago lo que puedo por transmitir nuestra forma de vida a la gente de tan lejos. El budismo les llama la atención por la libertad y la generosidad. No sé por qué se extrañan. En realidad, soy yo el sorprendido de que los demás no sean así. Buddha nos dice: trabaja duro, sé feliz con lo que tienes, mira por los demás. Es algo sencillo. ¿Por qué nadie lo hace? Buddha no es una figura que atemorice y me diga lo que tengo que hacer. Forma parte de mi corazón, y por eso todo es más sencillo. No hay castigos ni pesares. Sólo armonía. Buddha no dice que no coma carne; me dice que el animal sufre ante un cuchillo tanto como yo, pero no saben decirlo. ¿Y si es verdad? ¿Y si alguien que conocí un día se reencarnó en el pollo que te comes? No me importa comer pollo, pero no lo pido. Si mi dal bhat lo lleva, no protesto. En cada sitio lo preparan de una manera, así que no soy nadie para decirles cómo deben hacerlo. Lo como y lo disfruto.
Hoy estoy camino del Mera. En unos días me toca el Island y luego el Lobuche. Así me paso la temporada de buen tiempo. La temporada alta nepalí. Estas ascensiones, modestas en general para un “climbing guide”, muchas veces constituyen el viaje de una vida para los extranjeros. Hay que cuidar de ellos, no son como nosotros. Enferman, les fallan las fuerzas y a veces tienen miedo. El miedo para mí no es una opción. Mi mujer y mis dos hijos esperan en Kathmandú. Esto es el sustento de la familia. Enlazo una expedición con otra sin tiempo para pasar por casa a decir hola. Se hace duro. Luego tengo buenas vacaciones para disfrutar de ellos. Si no me invita ningún amigo, que antes fue cliente, a sus países, me quedo tranquilo. Así he visitado varios sitios y he escalado el Denali. Ya tengo dos de las 7 Cumbres (la otra es el Everest).
Mi vida no es como la de los demás. Los sherpas no somos como los demás. Ni siquiera como las demás etnias de Nepal. Hay mayoría hindú, como el rey. No tiene poderes ya, pero ahí está. Nosotros estamos un poco al margen. ¿Por qué preocuparse por unos pocos montañeros de origen chino que profesan una religión que no tiene un ser superior que te diga lo que tienes que hacer? Vivimos un poco al margen del resto del mundo. Pero no os equivoquéis, no todo el que lleva una pesada carga sobre sus hombros en estos parajes es un sherpa. Ya tenemos hasta intrusismo profesional: gentes de la llanura carga con parte de nuestro trabajo. Somos pocos y las rutas de trekking son una romería. En la escalada ya no se meten. Es más fácil llevar una mochila por un camino marcado que hacer que la vida de un extranjero depende de tu habilidad escalando. Me enorgullece mi raza y mi trabajo.

Una vez me dijeron que por qué había vuelto de EEUU tras 5 meses viajando. ¿Qué voy a hacer sin mi familia, mis amigos y mis montañas? No todo está en el sueño americano. Yo, tengo el mío propio.

martes, 7 de enero de 2014

De héroes y, mejor, modelos



Tengo muy claro que no he leído un libro sobre montaña, ni sobre deporte en general, sino que Kilian Jornet escribe filosofía. El cómo llega a las conclusiones es a través de su actividad alpinística o competitiva, pero podemos llegar a las mismas conclusiones con otra actividad cualquiera que, al menos, te invite a la introspección. Yo tengo conclusiones muy parecidas en ciertos aspectos con las suyas, y no soy un animal de campo, sino un esclavo tecnológico que necesita cemento y ruido y bullicio, pero que a menudo escapa hacia el monte porque es "una casa de campo". No tengo claro que pudiera vivir su vida a su manera, pues creo que soy un animal algo más social, pero sí es alguien de quien puedo aprender a vivir mejor y más feliz. La discusión que mantiene sobre la ética, sobre la felicidad, la soledad, el tiempo y la motivación para seguir adelante. No habla sobre una cima, sino sobre lo que le pasa interiormente de camino a ella. Lo que encuentra, lo que deja, lo que ansía y lo que teme. Mucha gente le idolatra por sus logros deportivos. seguro que le escriben, quieren fotos, autógrafos e incluso su propio material sudado por ese chico. Si tuviera la posibilidad de compartir refugio -porque en el camino prefiero no encontrarlo, ya que me pasaría como un F18- y tuviera a bien charlar conmigo, creo que no le preguntaría nada sobre sus victorias, ni patrocinadores, ni éxito comercial. Me gustaría saber cómo se educa uno mentalmente para superar los miedos que invaden a los que vamos a la montaña para así poder progresar en la técnica y logros. Querría saber cómo se da ese pasito al frente y se decide dejar de panificar y soñar para materializar. Físicamente es un superhéroe, un extraterrestre. Pero lo interesante no es eso. Un poco de genética por allí y un mucho de entrenamiento por allá y puedes ser parecido. Lo que hace que ese chico sea diferente y especial es la motivación, la capacidad de sufrimiento y cómo la torna en placer. Si en algo envidio a Kilian es en su infinito sentido del disfrute y la valentía para no mirar atrás y sí lanzarse a por lo que ama -en todos los aspectos-. Los héroes no deben existir más que en los cómics, los libros y las películas. En la realidad, existe la gente que marca un camino para que tú hagas el tuyo. Existe la inspiración. No debes vivir la vida de otra persona, ni repetir sus actos. Debes aprender de la gente que admiras para crear tu propia línea espacio-temporal. La personalidad se forja con lo que absorbes de los que son mejores que tú: los padres, amigos, hermanos, familia variada y los personajes de cierto dominio público que escoges como modelo. Los libros de Kilian -o de Miquel Silvestre- me ayudan a ver que es un tipo normal por fuera y extraordinaria por dentro. Y yo, quiero ser así. No quiero ganar nada, ni salir en las noticias. No quiero que Salomon -o BMW- me patrocine. Quiero ser valiente para enfrentarme a los miedos que me hacen devorar libros y subir solamente a cuatromiles facilitos. Quiero creer que puedo aprender y que aunque no tenga la constitución física de un alpinista al uso, puedo hacer cosas emocionantes -para mí-. Soy un tipo tan corriente como ellos, con los mismos sueños que ellos. Respiramos el mismo aire y dormimos bajo el mismo cielo estrellado. Sólo falta el "click" que haga que mi camino sea tan emocionante para mí como el suyo para ellos. Gracias Kilian por hacerme creer que yo también puedo ser mejor.