El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
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Gaston Rébuffat

martes, 11 de diciembre de 2012

Pico del Lobo




Las gentes, con sus trajines, sus tejemanejes diarios, su ahora voy, o ahora vengo...y yo, mientras, soñando con una cima, la que sea, donde sea...pero una montaña. Así, la mente corre libre, tranquila, como cuando abres la puerta de casa y sale el perro escopetado. Corretea, juega, salta, se revuelca, muerde cosas...pero vuelve, luego siempre vuelve. 





Nos fuimos esta vez y tras mucho tiempo mirándolas de lejos, a mirarlas de cerca, bajo nuestros pies. Nevado todo, el Pico del Lobo (2273 m, Sierra de Ayllón) no es un monte que deba medirse por la altura, al menos en invierno. Una montaña no es sólo el número de metros que te separa de su cima, del hito geodésico, sino el camino que te lleva a lograrlo. Ésta, concretamente, tiene un historial de vientos fuertes, nevadas y frío intensos, tanto, que Miguel decía no haber visto la cima nunca antes de estar a 10 m de ella. Pero esta vez no fue el caso y se nos regaló un día espléndido. 





Frío, pero sin una nube, ni niebla, ni ventisca. El camino no tiene ni un sólo punto de peligro ni esfuerzo máximo, sino que es un paseito por un bosque nevado que más parece de Laponia que de Guadalajara. Charlando amigablemente de estupideces varias, o no tan estupideces, o trivialidades, o no tanto. A fin de cuentas, el monte sirve para eso, para no decir nada relevante, o para decirlo todo. Estás en algo más grande que la individualidad, a quién le importa lo que digas. Así que mejor caminar con el único sonido del crujido de la nieve bajo tus botas.