Algo se mueve en el saco de al lado. Sabes que es el otro porque hace
tiempo que deseas que se mueva. Tú, llevas varias horas quieto mirando un punto
fijo. Son las 2 AM y el vaho se ve en la oscuridad. Cada respiración se clava
un poco en tu interior. La ventana hace tiempo que se congeló. Es la hora, está
dentro del intervalo habitual. Aproximadamente a esta hora, cada día, uno de
los dos gusanos necesita salir de su crisálida para ir al baño. Los gusanos
tenemos necesidades. Además, conectadas. Basta el despertar agónico de uno de
los dos para que el otro suspire aliviado: en cuanto vea que no muere de
camino, me animo yo.
Un saco es un envoltorio, no tiene mucho espacio. Si lo llenas de ropa para
que a la mañana siguiente no esté congelada, aún queda menos hueco para
convertirse en mariposa. Prepararse para ir al baño es mucho más cansado que
ir, y mucho más traumático. La ropa está caliente, pero…¿cómo te la pones? Ese
momento en el que abres la cremallera y sacas la primera pierna es como dejar
que Iceman te pegue un lametazo en la nuca. Te vistes a toda leche y tiritas.
Te pones el abrigo y dices: “conseguido” ¡JA! Aún queda atravesar la cámara
frigorífica conocida como pasillo, abrir la siniestra puerta iluminada por la
tenue luz de tu frontal y contemplar el desolador panorama. Hace tiempo tuve un
cartel en la puerta de mi habitación que rezaba: “vous entrez ici aux risque et
péril”. Probablemente esté mal escrito, pero dice, básicamente: “tú mismo,
machote”. Tienes varias opciones posibles tras la puerta oscura y silenciosa.
Puedes encontrar una taza de váter o un agujero en el suelo. Parece evidente
que uno prefiere la primera opción, pero amigo, no te adelantes. Y, si el
desagüe no funciona y tienes la taza casi llena de un líquido que mezcla todos
los marrones posibles sin ninguna posibilidad de que eso trague, ¿no
preferirías el agujero? Será incómodo, pero al menos no te salpican las gotitas
en las piernas. Eso puede contener macrobios, directamente. La cisterna es, así
mismo, inútil. En su lugar se pone un barril de plástico azul lleno de agua
(casi siempre congelada) y una jarrita oxidada para verterla sobre el asqueroso
baño. Pero da por seguro que si te cortas con el borde de la jarra, mueres
irremediablemente en el acto. Creo que tu amigo, cómodamente en la crisálida
esperando tu regreso, moriría un segundo después que tú. He ahí la rapidez de
la enfermedad mortífera.
Aún así,
tu espíritu de Miguel-de-la-Cuadra te dice que hay que ser higiénico e intentar
rebajar el tono marrón del agüilla que queda ahí. Al menos, el siguiente valiente
- tu amigo – puede que tenga una arcada menos. En estos momentos me acuerdo de
Kharkateng: esa cabaña de yaks a 4000m camino del Zwatra La en la que casi
muero con mi gastroenteritis. Allí el baño era al aire libre, sin agujero, sin
líquido marrón, sin cadena y sin papel. Sí, el monte es testigo de atrocidades.
Cuando alguien dice al volver de un viaje que le marca “una parte de mí se ha
quedado allí”, no sabe realmente lo que dice. Yo sí que he dejado una parte de
mí en mi viaje. O dos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario