El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
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Gaston Rébuffat

lunes, 30 de mayo de 2011

Moncayo al atardecer

Por fin volvemos a intentar el Moncayo. El mal tiempo del año anterior nos frenó después de toda la subida, cuando simplemente quedaba crestear. No es una montaña alta, ni difícil. No tiene un interés especial, pero desde luego, si hay algo que joroba…es que gane Ella. El frío y la niebla nos hicieron darnos la vuelta hace un año…éste, ni la tormenta final lo podría conseguir.

Salimos de Madrid antes de comer, y llegamos al aparcamiento del Santuario a las 17.00h. Empezamos a andar entre la niebla (sí, como gorilas en la idem), atravesando la primera parte de la montaña, el bosque. Ahí iba yo primero, pero cuando salimos a la parte “desnuda”, Miguel se puso delante. Y mejor, que tras tanto tiempo sin ir al monte, estaba yo para protagonizar la escapada del día…

Una vez que salimos del bosque, la niebla quedó por debajo de nosotros, con lo que teníamos unas vistas sobre el mar de nubes, realmente preciosas. Ni que decir de la montaña. Por primera vez veía la cima, antaño siempre cubierta. Por primera vez veía el cortado tan escarpado que hay justo debajo de ella, y por el que todos los años el Moncayo sale en la sección Sucesos. Una pendiente de tierra de unos 80 grados, es suficiente para que si hay niebla, la gente se desvíe del camino y, simplemente, caiga.

Nuestra vía va por la izquierda de todo eso, también escarpada, pero haciendo eses tranquilamente. En 1h30min llegamos a la cima. Podría haber sido mejor si no hubiera estado yo tan lento, diga Miguel lo que diga. Fotos, paz, comida, agua…

De hecho llegué un poco deshidratado, porque pensé que no tenía la cantimplora, y por no jorobar a Miguel (y por no cogerle, que iba 30 m por delante…), pues no bebí nada.

Cuando tienes la montaña para ti solo, es una sensación casi insuperable. Tras un rato, emprendimos la vuelta. Sin contratiempos, a las 20.00h estábamos en el coche de nuevo, deseando llegar al hotel a Tarazona para ducharnos y cervecear a gusto. A fin de cuentas, para qué se sube una montaña? Para no tener remordimientos cuando te pimples a cerveza y gintonic después. Y, por una vez, escogimos el orden adecuado: primero montaña, luego cerveza. No siempre tomamos la decisión correcta.

Una cosa pendiente menos. Nos quedan Bisaurín, que nos ha ganado dos veces por elegir el orden erróneo; y el Almanzor, que pasó lo mismo pero por motivos naturales ajenos a nosotros.

La mañana siguiente, antes de las 9.00 pude ver el Moncayo despejado por primera vez. No lo había visto entero nunca. Es la cara por la que se sube.

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