El alpinista es quién conduce su cuerpo allá dónde un día sus ojos lo soñaron
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Gaston Rébuffat

miércoles, 3 de agosto de 2011

El comienzo de muchas cosas



Conduces, y,cuando menos te lo esperas, llegas a ver, sin creerlo, lo que tanto ansiabas. El Mont Blanc, ese mágico lugar, elevado por encima de casi todo en Europa, estaba a mis pies. Quizá yo a lo suyos. Allí, en el valle del que nace, sobre el que se eleva, está la población cuna de grandes mitos, resguardada por centinelas de 4mil metros. Chamonix, pequeño lugar de casas idílicas, acogedoras. Divisas un Mont Blanc que de inmenso y cercano parece pequeño. Una Aguille du Midi, que se yergue impasible, permitiendo, eso sí, que unos pueblerinos levanten sus brazos allá en lo alto pagando una tarifa medianamente razonable. La Mer de Glace, la Aguille Verte... Tantos y tantos sitios míticos, se aglutinan en unas pocas calles. Es imposible no sentirse pequeño ante tamaño espectáculo de la naturaleza, ante tanta celebridad muerta o nacida allí. Pequeño, porque Lionel Terray está ahí, y sabes que nunca valdrás tanto, ni serás partícipe de nada relevante, ni harás grandes cosas. Pequeño porque a su lado, todos lo somos. O Whymper, que tras el Cervino, nada tuvo sentido, salvo Chamonix. Ves la Maison des Guides, las estatuas a los conquistadores de lo inútil, el edificio del Club Alpin Francais, reseñas a Michel Croz y a tantos otros guías que ya, por su coraje, son parte de la historia del alpinismo. Todo, ocurrió, y todo seguirá ocurriendo allí. En pocos sitios tan pequeños te sientes tan ínfimo como en el cementerio. Se acumulan referencias a la montaña, muerto con 26 años; desaparecido con 21; muerta con 15 años...impresiona, acongoja. Tanta gente joven, más que tú, que ha muerto tan trágicamente. Ahora, mirando la tumba de Terray (y su mujer Marianne), nos despedimos de un mito y de un pueblo que respira su mismo aire, esperando que nos invada los pulmones para darnos, al menos, valor.

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